Gustavo Holmquist había estado en Ezeiza en la caótica vuelta de Juan Domingo Perón al país, era un peronista militante como casi toda su familia. Tenía mucha proximidad con la Juventud Peronista (JP). Había trabajado en una fábrica de caramelos y en el ‘75, ya prestaba servicios en Robert Bosch.
En los primeros días de noviembre de ese año vivía en la calle Mendoza al 1.700 cuando llega a buscarlo una partida de las fuerzas de seguridad para llevárselo para ver si le sacaban ‘algo’ porque temían que perteneciera a alguna ‘organización subversiva’. Vale aclarar que todavía se vivía en democracia bajo el gobierno de Isabel Martínez de Perón, pero el Operativo Independencia ya había desplegado miles de soldados y policías por toda la geografía provincial.
"Yo creo que eran sicarios, verdugos de la oligarquía vernácula argentina y del poder financiero nacional e internacional. Estos son humanos, pero califican en la categoría infrahumanos”, reflexiona hoy Holmquist, con las huellas que le dejaron aquellos años sangrientos.
“Me torturaron muchísimo durante unos 5 días y estaba mal, casi no podía caminar. Se acercó una mujer y me dio una pastilla. Le pregunto si estaba cierta persona que yo sabía que trabajaba ahí y le pido que traten de informarle a mi padre de que estaba ahí detenido para que sepan dónde estaba. Pero eso no pasó, nunca llegó esa información”, recuerda.
“A la cuarta o la quinta noche me dicen que me iban a llevar a mi casa. Me pasan a una oficina donde puedo leer –por debajo de la venda que tenía- que había un libro con el nombre de Albornoz. Me suben a un auto donde había dos personas más y yo sentía que no estábamos en la ciudad, parecía una ruta. Ahí pensé que me trasladaban para matarme. Por supuesto que esos momentos me sentía bastante indefenso, estaba a su merced, ellos eran dueños de tu vida y de tu muerte”.
“Luego se paró el auto, llegó otro vehículo, se bajaron varias personas y me hacen bajar, caminé por una bajada de césped y choco con una alambrada. Yo estaba con los ojos vendados y con las manos atadas en la espalda. Siento que preparan las armas y uno dice ‘bueno los vamos a ejecutar’, entonces otro grita: ‘¡no! éste no ha hablado lo suficiente así que hay que dejarlo para más adelante’. Entonces me subieron de nuevo en el auto, hubo un trayecto bastante largo. Me bajaron y empiezo a caminar y pego con una cortina, la corren y me dejan en una oficina, me hacen sacar toda la ropa y empiezan las torturas: picana, golpes, interrogación. Yo era culpable de mil cosas, me acusaban de haber participado de la caída del Hércules (se refiere al atentado contra un avión con gendarmes en el aeropuerto Benjamín Matienzo). Me decía que yo era responsable de varias muertes. Ahí uno se da cuenta como se invierte el principio de justicia: yo era culpable de todo y tenía que demostrar mi inocencia. En ese momento se pone la mente en blanco, luego me dan un pantalón y una camisa, nada más y me llevan esposado y atados los pies, me tiran al piso y ahí me doy cuenta que en ese lugar había cinco o seis personas más".
"Dos días me controlaron y me empezaron a medicar porque no podía caminar. Nos sacaban del calabozo y nos daban de comer una vez al día con los ojos vendados. Nos sacaban las esposas y nos ponían una cuchara en la mano y comíamos así, no sé que es lo que comíamos porque realmente no era comida. Uno pensaba como sobrevivir y pensaba en mi mujer, en mis hijos”.
- ¡Pará un poquitito! dice Gustavo conmovido y se seca las lágrimas Nosotros necesitábamos ayuda para vivir y ellos necesitaban alivio para vivir. Gracias a Dios tengo la conciencia tranquila de que no entregué a nadie. Me di cuenta que estaba en manos de gente del Ejército, los que me interrogaban tenían tonada porteña. Los que nos cuidaban –por su acento- era gente del Litoral, entre ellos se llamaban por los apodos. Uno era el malo, otro era el buenito, otro era el recto, otro el que te quería sacar información pero con una perversidad increíble. Realmente uno se pone a pensar y no puede menos que catalogarlos como bestias. Debe ser muy denigrante trabajar –por así decirlo, porque es una ofensa al trabajo- de sicario, verdugo y torturador con la perversidad de esta gente. Realmente no encuentro explicación hasta donde el ser humano puede llegar con ese grado de perversidad.
- ¿Qué te sostenía? Mis hijos, mi mujer y mi familia. Y a su vez las ganas de vivir, ¿me entendés? Claro muchas veces pensaba en Dios, no entendía por qué si hay un Dios se permite esto. Yo sé que Dios no estaba ahí. Como dice la canción esa de Gieco: “Cuando nació Juan no estaba Dios”. No puede estar una entidad como Dios en los lugares que más se parece al infierno. Cuando me ponen en libertad por suerte en mi trabajo comprendieron la situación y seguí trabajando en Bosch, de lo contrario me tendría que haber ido del país aunque ellos me habían dicho: ‘lo mejor que te puede pasar es agarrar tus hermanos, tu familia e irte del país porque esto es el principio, el día que venga la represión en serio no va a quedar ni el perro en tu casa’. Mi mujer quería que nos vayamos pero mis hermanos no creían que la situación pudiera llegar a semejante extremo que fue lo que finalmente pasó. Llegué a mi casa y logré sobreponerme. No conté todo lo que me pasó, conté menos. Después con el tiempo fui relatando la verdad. Lo que más me duele es haber perdido a mi hermano más chico. Me imagino lo que le habrán hecho, las torturas que habrán recibido tanto él como los 30.000 desaparecidos. Si a los que nos han dejado vivo nos han hecho esto, cuántos habrán muerto en la tortura.
- ¿Cómo eran las sesiones de tortura? Mientras te torturaban te tomaban el pulso, la presión, te daban remedios. O era el médico o algún enfermero, pero siempre alguien relacionado con la medicina. Si un médico ha hecho un juramento para salvar vida no puedo entender cómo se prestó a semejante bestialidad. O los sacerdotes que son los representantes de Dios, según ellos, acá en la Tierra, pueden haber colaborado y sido cómplices de esa dictadura tan perversa. Eso me llevó a alejarme completamente de la Iglesia y de cualquier religión. Donde yo estaba, en la Jefatura de Policía, era un centro de exterminio y de tortura. Cruzabas la avenida Sarmiento y estaba el Episcopado. No creo que ningún cura se haya dado una vuelta a ver si podía hacer algo para salvar vidas. Así que cruzabas una avenida y estaba el infierno. Esas son las cosas que realmente no entiendo.
- ¿Cómo fue el momento en que te vas a tu casa? Viene uno de esos que hacían el papel de buenito, me toca así con el pie y me dice ‘levantate que te vas a tu casa’. Entonces me llevaron a una oficina. Me sacaron la venda me hicieron leer una declaración ¡y no la podía leer! Porque habíamos tenido los ojos tapados tanto tiempo que no podíamos leer. Ahí decía que yo era peronista, no combatiente, por ese motivo me ponían en libertad pero con la condición de que me vaya del país. Pero yo me quedé.
- ¿Y el segundo secuestro? Me vuelven a secuestrar el 29 de mayo de 1976 y estuve aproximadamente 28 días detenido. Hay fotos en las que Joaquín Morales Solá está de visita en la Escuelita de Famaillá cuando estaba detenido allí. Cuando a mí me secuestran la primera vez estaba en el gobierno Isabel Perón y el general Adel Vilas comandaba el Operativo Independencia. En el segundo secuestro nos llevaron junto a mi hermano Luis Adolfo que está desaparecido. Esto me llevó a denunciarlo en todos los lugares en los que podía hacerlo: la OEA, la CONADEP, la Comisión de Reconocimiento de los Lugares de Detención como la Jefatura y Escuelita de Famaillá, declaré en la Bicameral, en los juicios de Bussi y del Tuerto Albornoz. Los que hemos quedado tenemos la obligación ética y moral de hacer las denuncias y contar lo que pasó. Yo siempre estoy dispuesto a hacerlo las veces que sea necesario. Me secuestraron junto con mi hermano y a la noche siguiente me ponen en libertad en el parque Avellaneda y me dicen ‘a vos te dejamos en libertad pero de tu hermano olvidate, no lo vas a ver más’. Y, así sucedió. Mi hermano no volvió nunca. Esa gente no podía entender que seas peronista, pensaban que eras estúpido aunque hubo sectores racistas dentro del peronismo. Soy un convencido que dentro del peronismo hay una línea fascista.
- ¿Has ubicado a alguien de aquel tiempo? Yo en la Jefatura, por debajo de la venda reconozco a un ex vecino mío de apellido Álvarez y está denunciado por mí en la Bicameral. Nunca más vi a ese tipo de nuevo. Por supuesto que durante la detención no se acercó.
- ¿Y de tus compañeros de prisión? En Famaillá estaba Claudio Slemenson quien está desaparecido. Y hace poco me han citado para ampliar la declaración por este tema. Ahora viene el caso Arsenales y el caso de mi hermano y quizás tenga que volver a declarar. A mi hermano lo han visto en Jefatura y Arsenales. Inclusive en la lista que da el ‘Perro’ Clemente figura mi hermano. Sé que hablo con voz quebrada por el recuerdo de mi hermano, volver a vivir ese momento es un tanto difícil pero es un compromiso que tengo con mi familia, con mi hermano, con los 30.000 desparecidos. Mientras yo pueda aportar algo para que haya Memoria, Verdad y Justicia lo haré porque es algo que no nos tenemos que olvidar nunca.
- ¿Tenés esperanzas? Los gobiernos de Néstor y Cristina han permitido que se hagan los juicios y día a día vemos que se avanza en un proceso para mejorar el país, con mayor libertad, igualad, solidaridad y eso me reconforta porque a mi hijo y a mi nieto les estamos dejando un mejor país. Cuando la veo a Presidenta cuidada por miles de jóvenes me emociono, a pesar de mi edad simpatizo con La Cámpora y cuando cantamos esa canción que dice: ‘A pesar de las bombas, los fusilamientos, los compañeros muertos y los desaparecidos no nos han vencido” me llena de emoción, muchas veces hasta las lágrimas. Esa canción me hace recordar a todos mis amigos a todos los que han sido víctimas de la dictadura./ Félix Justiniano Mothe