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Gabriel García Márquez, por su hermano Jaime

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Jaime García Márquez, en la calle San Juan de Dios de la amurallada Cartagena de Indias, recuerda a su hermano Gabo. Foto de Patricia Aguirre Ampliar

Es jueves 22 de mayo en Cartagena de Indias.  Jaime García Márquez prefiere salir de su oficina y sentir la brisa del mar, el andar de los carruajes, la protección del cielo, para recordar a su hermano.  Había pasado un mes y cinco días de la partida de Gabo.

En las angostas veredas de la calle San Juan de Dios, frente a la sede de la fundación creada por el Premio Nobel de Literatura 1982, Jaime  está inquieto. Gira su brazo hacia su izquierda y no puede evitar traer a su memoria que en la esquina de esa calle funcionó el diario cartagenero El Universal, donde Gabo se inició en el periodismo.  Abrumado por los recuerdos, camina hacia el mar,  y encuentra el lugar donde había llegado con vida el náufrago. En cada rincón estaba Gabo, en cada risa recordando al mamador de gallos más famoso del mundo, pero más estaba en sus ojos humedecidos por la tristeza.

No era un día más para Jaime, cumplía 74 años con el corazón abierto y atravesado por el dolor de la muerte de su hermano y padrino.   

- ¿Cuál es el mejor recuerdo que tiene de él?

 -Es una pregunta que para mí no es fácil de resolverla, porque la admiración y los recuerdos que tengo de Gabito son tantos, que escogerlos es casi una misión imposible. Me llegan todos simultáneamente, pero con solamente recordar siquiera cómo se tocaba el bigote, es suficiente, nada más.

Con un parecido físico notable, cálido, ocurrente en sus bromas y cortés, Jaime es la versión familiar más cercana a lo que cuentan que fue Gabo. Es el octavo de los once hijos que tuvo el matrimonio de Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez.  En otros aspectos, ¿cómo era él?     

- Era un tipo supremamente sencillo. El no utilizaba un lenguaje diferente al que usa la gente común y corriente. Su manera de discutir era precisa y concreta, de tal suerte que era difícil ganarle una discusión o empatársela,  porque tenía una capacidad de síntesis, con dos o tres palabras decía todo. Recuerdo que una vez me dijo “tú eres un lector atento”, y le pregunté qué quería decir eso. Sencillamente, atento, no más, me contestó. Uno siempre cree que se va más allá. Decir que era un lector atento ya era suficiente, pero de pronto alguna vanidad me surgía y le volvía a preguntar qué quería decir atento. Tú eres atento y punto, me volvía a decir.

El lenguaje de Gabito era de una manera tan simple, pero tan simple, que yo estoy convencido de que es muy difícil que cualquier escritor de los grandes pueda tener una capacidad de síntesis mayor a la de una obra de él. Para demostrarlo, hacía un ejercicio: cogía un lápiz y tachaba una palabra en uno de sus textos, luego lo leía y vía que se destruía, es decir se derrumbaba la frase. Esto significaba para mí que no había una palabra que sobre.

- Jaime habla de su hermano con una admiración única. 

-Gabito era un tipo metódico con una gran disciplina, era un obrero de la escritura. Se levantaba temprano, a pesar de que hubiera parrandeado en la noche. Caminaba, se ponía una sudadera, hacía ejercicios, jugaba al tenis. Volvía a su casa, se bañaba, desayunaba y se sentaba a escribir. Imaginemos que desde las 9 de la mañana trabajaba de corrido hasta las dos de la tarde. Almorzaba, hacía una pequeña siesta, se bañaba y salía a parrandear en la noche, a alimentarse, a sacarle todo lo que tenía la gente para ver luego cómo lo podía utilizar. El era conversador, pero más que nada un escuchador. Escuchaba, hacía preguntas puntuales y de allí las escribía y volvía literatura. Gabito era un ser humano común y corriente con una sola ventaja sobre los demás: era genio.  Eso está demostrado científicamente. Günter Grass (escritor alemán) le hizo en el año `99 un test de inteligencia que desveló un coeficiente intelectual altísimo.

Acompañado de sus hermanos Aida y Gustavo,  Jaime estuvo en Aracataca el 17 de mayo del año pasado,  en la misa del mes de fallecimiento de Gabo, luego recorrió la Casa Museo de García Márquez, y se fue a las cuatro de la tarde, minutos antes de que caiga un fuerte aguacero. Allí, charlando con vecinos, decía con vehemencia que Gabo no fue un accidente, fue producto de algo.

 -¿De dónde surgió su gran talento?

-Efectivamente, Gabito es una hechura de su abuelo, en el sentido de que él le provocó y estimuló la vocación temprana.

Jaime se escapa cada tanto de la realidad y habla en presente de Gabo, como si no hubiese partido de esta tierra.

-¿De qué manera su abuelo (Nicolás Ricardo Márquez) lo estimuló?

- Permitiéndole que en su oficina hiciera lo que le provocaba, que  era pintar las paredes: hacía dibujos. El abuelo en esa época lo permitió, a pesar de que no era de buen gusto ni aceptable pintar la pared. Para que sus amigos, que iban todos los sábados a la casa, no se enteraran, el día antes cogía una brocha y pintura, y repintaba las paredes. Pero llegó un momento en que el abuelo se dio cuenta que esto no podía seguir así y compró papel de periódico virgen y se lo puso en la mesa, y le regaló una caja de lápices de colores. Y Gabito brincó. Así comenzó a dibujar con los lápices de colores historietas cómicas.  El dibujo era para él el lenguaje, cuando aprendió a escribir de verdad, eliminó el dibujo y se puso a escribir. A él le interesaban las historias. 

-¿El pueblo donde nació (Aracataca) también tuvo que ver con su genialidad?

-Pienso que sí, porque uno al fin y al cabo es una hechura del medio, y ese medio para Gabito era su abuelo, lo que se hablaba en la casa, lo que se comía, los cuentos que se contaban. Todo ese mundo de cuando era niño estaba lleno de personas mayores y por eso el lenguaje de él fue muy preciso. Hablar con Gabriel García Márquez era una cosa maravillosa, no porque estuviera diciendo cosas grandilocuentes, sino por la simplicidad de sus frases. Siempre estaba hablando de lo cotidiano, lo importante es que a esa cotidianidad le daba una dimensión distinta.

 -¿Cómo encontró a Macondo?

He notado el progreso pero todavía falta mucho. Creo que el Estado va a tener que pararle bolas, es decir, tiene que resolver los problemas que hay. Ya el gobierno actual está mejorando el acueducto, que es una urgencia. Yo creo que el presidente (Juan Manuel) Santos le haría un gran homenaje a Gabito resolviendo los problemas más importantes de Aracataca. 

Aracataca es una de las alcaldías del departamento Magdalena, al norte de Colombia, y cuenta con alrededor de 56 mil habitantes.

-La gente del pueblo dice que falta trabajo 

Es verdad, aunque regresó otro tipo de siembra como la palma africana pero no necesita tanta mano de obra como la de los bananeros. De todas maneras, Aracataca puede generar muchos recursos. A mí se me ocurre pensar que puede ser coger la obra de García Márquez y ponerla en un contexto para generar turismo. En Dinamarca están los cuentos de Anderson, pueda que Aracataca no pueda vivir solo del turismo pero puede ser una posición importante para subsistir y generar otras actividades. Estoy pensando con el deseo. 

-¿Entonces todavía no se explotó la obra de Gabo en el pueblo?

-Es que no se ha explotado en nada, le falta mucho para generar industria alrededor de la obra de García Márquez, lo que se necesita son personas que sepan explotar esa parte, que Gabito es un filón. Así como llegaron el banano y la palma africana, también puede llegar una renovación de ingresos para Aracataca a través de la obra de Gabriel García Márquez. Además hay muchos talentos allí.

-Jaime precisa en algún momento de la charla que además de sus diez hermanos, su padre tuvo cuatro hijos más fuera del matrimonio. Por eso en total son quince. Cuenta que nació en Sucre-Sucre, donde sucedió la historia de Crónica de una muerte anunciada,  cuyo protagonista, Santiago Nasar , era un amigo de Gabo.

.Era un amigo de Gabito  y de la familia, además contemporáneo de él porque estudiaban juntos en Bogotá: él Medicina y Gabito, Derecho. Sucedió que este joven iba de vacaciones a Sucre y una antigua novia se casaba, pero su novio no la encontró virgen, entonces la devolvió. Y eso trajo como consecuencia que el mismo día a la noche los hermanos Bicario lo asesinaran. Eso era así en esa época, decían que el honor de la familia solo lo logran salvar con sangre. Es horroroso, pero era así.

-¿Cómo nació la fundación de Gabo?

La idea de Gabriel García Márquez era muy sencilla, su capacidad de síntesis en la escritura también la tenía para las ideas. El quería tener una fundación para que a través de ella se hicieran talleres en toda América Latina para jóvenes periodistas y que de la mano de un gran maestro se pusieran a discutir toda la carpintería del oficio, teniendo como principio la ética. El siempre decía que la ética es al periodismo como el zumbido al moscardón.

Jaime dejó su profesión de ingeniero civil para dedicarse a la fundación. ¿Qué lo motivó a hacerlo?

-Cuando se creó su fundación, en el ’95, me escogió como vicepresidente y a Jaime Abello, como director. Recuerdo que me mandó un documento en un sobre que decía: firmá, ahora eres miembro de una junta directiva pero te advierto que seguirás siendo pobre. Todavía no entiendo por qué me escogió a mí si no tengo nada que ver con las artes, con la literatura. Fui ingeniero civil hasta ese momento que me escogió para trabajar en la (ahora denominada) Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. 

Gabito tenía temor de que me pudieran hacer algo, yo trabajaba en las sierras nevadas de Santa Marta (capital del departamento Magdalena), donde había zonas paramilitares y guerrilleras. El pensaba que alguno de los dos bandos me podía catalogar como enemigo, y me pudieran hacer un daño por no podérselo hacer a él. Y me lo dijo: es que a ti te van a cortar las pelotas si yo no dejo que me las corten. Ese fue el campanazo, el argumento más contundente.  Me hizo reflexionar, era verdad, yo no podía ser un objeto militar de ninguno de los dos bandos, porque no tenía nada que ver, pero sí lo podía ser para darle en la mollera a Gabito, matándolo no solo a su hermano sino también a su ahijado.

-¿Por qué estaban en contra de Gabo?

- Los paramilitares nunca gustaron de él porque decían que era comunista. El tenía una posición muy fija, era un gran demócrata y quería un país más justo. Desde los años 50, en Colombia hemos estado sumergidos en un violencia que no acaba, y Gabito se había vuelto un obseso con la paz.  Siempre en un proceso de paz se choca contra mucha gente, a los paramilitares, con seguridad, no les gustaba la posición de GGM. Y a la guerrilla, con seguridad, tampoco. Gabito pensaba que había pasado mucho tiempo y había que acabar con esa situación de violencia. Lo que más me duele es que Gabito murió y no logró ver la paz, cuando era su obsesión más grande. Trabajó toda su vida para eso. 

-¿Por ese motivo se fue a vivir a México?

-Lo de México fue una cuestión estrictamente casual, lo que llamamos el destino. El destino es una palabra que explica lo que uno no puede explicar. Cuando Gabito sale de Prensa Latina, donde era director, en Nueva York, se viene por tierra hacia el sur de los EE.UU. para entrar a México. Lo hacía porque quería conocer todo el territorio de la obra de (William) Faulkner (Premio Nobel Literatura 1949), él quería saber si la atmósfera que descubría Faulkner tenía que ver con la atmósfera que tuvo Aracataca. Descubrió que sí lo había. Aquí sembraban banano, allá algodón, pero la mecánica de ese proceso era prácticamente igual. También hacía mucho calor. Entonces Gabito sostenía que el sur de los EE.UU. era también parte de El Caribe,  y lo demostró como un descubrimiento.  En la obra de Faulkner, Gabito respiraba y sentía que esa atmósfera era igual a la del Caribe colombiano, por eso hizo esa ruta, para constatarlo personalmente. En México encuentra a unos amigos y se queda trabajando, hasta el momento de su muerte. Ese país lo sedujo. Además, porque tenía alguna relación con su cine. Cuando éramos niños, el cine que veíamos era mexicano, entonces para nosotros, México era algo conocido, su lenguaje, su música, su cultura. Pienso que a Gabito pudo haberle atraído sobre todo el cine. Posteriormente él se volvió cineasta. Orgulloso de su hijo (también cineasta), me decía que un guión de cine es un género literario.

-¿Se publicarán más obras de Gabo?

-Puede ser que se publique un texto que ya tenía armado “En agosto nos vemos”. El logró publicar una parte de esa trilogía.  El la tenía lista pero nunca la quiso publicar por completo. Está la idea, pero hasta que no la vea afuera, no creo en eso.

-¿De qué depende?

-Me imagino que de la decisión de su familia. A mí, me gustaría que saliera. 

Jaime no deja de hablar de Gabo, respira hondo y sigue caminando, hasta tomar un taxi todo amarillo. Se dirige a su departamento, frente a la Bahía de Cartagena, a esperar a sus amigos más íntimos para compartir su cumpleaños.  Al llegar, inquieto, pasea de un ambiente a otro de la casa. Pone música, primero vallenatos (ritmo autóctono del Caribe colombiano), después folclore argentino (oportunidad en la que expresa su deseo de conocer la música de Mercedes Sosa frente a esta periodista tucumana), más tarde se escuchaba al español José Luis Perales y en algún momento de la noche hasta al popular Sandro. Mientras llegan los invitados, cuenta una anécdota tras otra de Gabo como si de esa manera lo resucitara a cada rato.  En esos momentos su memoria -que muchas veces se pierde- también parece volver a vivir.  “Es que el disco rígido me está empezando a fallar”, había confesado en el taxi tocándose la cabeza, víctima del olvido, como si estuviera, al igual que Gabo en sus últimos años, marcado por la peste del insomnio que alguna vez se apoderó de los Buendía y luego de todos los habitantes de Macondo en la novela Cien años de soledad. 


Patricia Analía Aguirre