Durante más de 60 años cumplió religiosamente el mismo ritual. Sobre una bandeja de madera depositaba decenas de cubanos (cucuruchos cilíndricos y arrollados), de unos 20 centímetros de largo, y los rellenaba con dulce de leche.
Don Carlos Rojas, vestía un traje negro, de gala, una camisa blanca, combinado con un moño violeta; el toque final es un clavel rojo en la solapa. Estaba siempre impecable y predispuesto para vender los cubanitos más preciados por los tucumanos. Todos sabían que podían encontrarlo en el mismo lugar, en la intersección de las galerías la Gran Vía y Muñecas.
Don Rojas era un emblema de tradición y perseverancia en las calles del microcentro. Recorrió la ciudad ofreciendo los famosos cubanitos. En el oficio había comenzado en 1963, cuando vio en la calle a una niña que le rogaba a su madre que le comprara un cubano a un señor que los ofrecía.
En ese momento, tuvo la idea presentar a los cubanos de una manera diferente. Buscó de su ropero un traje de “Príncipe de Gales”; una camisa blanca y un moño. Para completar el uniforme le faltaban unos zapatos de charol que combinaran con tanto glamour. Sin embargo, eran muy caros y no los podía comprar. Entonces recurrió a un amigo, quien lo ayudó a adquirir los zapatos.
Se vistió con su elegante uniforme, en una bandeja de madera puso varias servilletas, decenas de cubanos rellenos con dulce de leche y salió a la calle. Su apariencia llamó de inmediato la atención y se transformó en un personaje urbano del centro tucumano./La Gaceta